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100 años

Actualizado: 25 may 2020

Columna del Director, ante el centenario de San Juan Pablo II


Este 18 de mayo recordamos los 100 años del nacimiento del Papa Juan Pablo II. Ese obispo Polaco, que desconocido para el mundo, una tarde de octubre de 1978 irrumpió en la historia del siglo XX. Su figura rápidamente entró en la vida y el corazón de creyentes y no creyentes. La fe no fue un muro para separar, sino un puente para unir.


Desde niño experimentó situaciones límites que lo fueron marcando como persona y posteriormente como sacerdote. Su vida se entretejió en medio de la turbulencia y la dificultad. Por ello nos asomaremos a algunos de sus rasgos característicos para descubrir qué podríamos aprender del Papa Wojtyla y hacer frente a la situación de pandemia que hoy nos afecta.


Su humanismo fue un rasgo característico. Era un apasionado por el ser humano, por lo que somos, por lo que valemos, por lo que podemos. Ningún acto por muy bajo o egoísta que fuera logró minimizar su profunda esperanza en el ser humano. Hoy es importante reconquistar un sano humanismo, en donde cada uno sea respetado y valorado por lo que es, en donde el sistema lo vea como un sujeto digno y no como un objeto de consumo o producción. Muy probablemente más de alguna cosa deberíamos cambiar si este humanismo estuviera en el corazón de nuestra vida y de la sociedad.


Su fe en Dios fue la roca sobre la que construyó su vida y ministerio sacerdotal. Su fe era viva, no se quedaba encerrada en su habitación o en su Capilla. Era una fe que salía al mundo. Con ella enfrentaba las dificultades, iluminaba los acontecimientos de la vida y del mundo, discernía los caminos a recorrer. Nuestra fe también debiera ser un faro que, especialmente en los días en que se hace difícil navegar, nos marque una dirección, un rumbo. Una fe viva es capaz de dar sentido a toda situación y tiene la fuerza para ayudarnos a encontrar respuestas y caminos.


Su palabra fue portadora de verdad y esperanza. Era un buscador y defensor de la verdad, fue valiente para llamar las cosas por su nombre. No importaba dónde o delante de quién estuviera. Por ello la profundidad de su mensaje, lejos de ser pesimista o derrotista, interpelaba a buscar nuevos caminos, a continuar adelante, a no bajar los brazos, a avanzar sin miedo, con confianza y esperanza. ¡Qué duda cabe que este mensaje es particularmente significativo para los momentos que estamos viviendo!


Seguramente cada uno podrá encontrar muchos otros aspectos en los que Papa Juan Pablo II es un ejemplo que nos mueve. Su figura sigue siendo actual dándonos pistas para caminar en medio de la dificultad, junto al ser humano y tomado de la mano de Dios. Para el creyente, Dios y sus hermanos son dos pilares fundamentales que deben estar siempre presentes en sus opciones y acciones. Hoy urge que nuestra fe salga a la calle creando puentes y caminos, siendo portadores de verdad y esperanza.


Patricio Jaramillo Fernández.


 

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